Era
una tarde lluviosa de septiembre, cuando Fátima aburrida y abrumada
por su mala situación, seguía, como cada día, luchando por sacar
adelante a una familia, la cual nunca reconocía ese gran esfuerzo
diario. Siempre volvía a casa agotada, sin fuerza ni energía y con
el ánimo justo para continuar un día más, y es que tenía que
seguir sacando fuerza para hacer frente a las tareas diarias, uno de
los pocos motivos por los que continuar. El otro era luchar con, o
mejor dicho al lado de Luis, su hijo, que era siempre tachado de
problemático, difícil e inadaptado. Fátima va viendo cómo la
unión con éste cada vez se va debilitando más, mientras se
pregunta qué ha hecho para llegar a ese punto, si ha hecho lo
correcto, si ha estado a la altura como madre, si le ha dado todo lo
que ha podido y más. Lo único que tiene claro es que su hijo es su
razón para levantarse de la cama cada mañana. Su marido, Mario,
rara vez pone empeño en ayudarla, ya sea con sus obligaciones
cotidianas o con la problemática de su hijo, él opta por ignorar
los problemas, prefiere mantiene al margen de todo lo que suponga un
esfuerzo, para él sus hijos no son regalos, obligaciones o
esperanzas de futuro, son sólo cargas, pesares, lastres y gastos.
Últimamente sólo es capaz de centrarse en sus propios intereses,
sus pequeños placeres, que se pueden resumir en pasarse la vida en
el bar, tomando cervezas con los amigos y viendo los partidos de
fútbol, sin pretensión alguna de cambiar su vida o la de esas
personas con las que comparte domicilio y que cada día le resultan
más extraños y, cada día, le perciben a él como a un extraño.
La otra razón por la que cree que de verdad merece la pena seguir en
la lucha de la vida es su hija María, que se adentra en la
metamorfosis de la adolescencia haciendo que su madre perciba cómo
lentamente la niña ya no tan niña, esa mujer que asoma a la vuelta
de la esquina, va buscando otro tipo de refugios, cada vez más lejos
de su casa, de ella.
La mujer se siente sola, nota que nadie la valora en casa como
debería, cuando es ella la única que lleva un sueldo a casa con el
que sustentar, a duras penas, a cuatro personas, y que de no ser por
ella la familia se vería abocada a pasar por muchas dificultades;
dificultades que de hecho ya sufren debido a que la mayor parte del
dinero se desperdicia en el bar por culpa del empeño de Mario en
evadirse de su familia, en alejarse de ellos tras la niebla del
alcohol.
Presa del hartazgo y la sensación de estar viviendo la versión más
miserable de la vida que una vez imaginó, Fátima intenta distraerse
con la lectura de un libro, pero esa tarde está cansada incluso
hasta para leer, por lo que prefiere ponerse a ordenar armarios, ya
que no puede ordenar su vida y la de los suyos, que no puede ordenar
su hogar, intenta al menos ordenar su casa. Al cabo de un rato
dedicada a esa labor se pone a rebuscar y curiosear en los cajones de
su cómoda, tentada por la curiosidad de encontrar ese objeto que no
fue incapaz de encontrar cuando necesitaba o una pequeña sorpresa en
forma de caramelo, fotografía o postal en medio de ese alud de
trastos y aburrimiento. De repente, como recién llegado de un tiempo
remoto, aparece su fiel amigo de juventud, aquel diario que escribió
durante tantas tardes, tantos años y que alberga numerosos secretos
y sentimientos escondidos a lo largo de esa existencia que ella solía
y suele considerar insignificante y soporífera.
Explorando cada vez más hondo, sumergida bajo viejas facturas y
documentos encuentra un álbum de fotos, amarilleado y carcomido por
el olvido, fotos que despiertan otros tantos recuerdos que creía
dormidos o desaparecidos para siempre. Este descubrimiento despierta
en ella un torrente imparable de emociones, memorias y sentimientos
que ya no se creía capaz de albergar, emociones agradables, cálidas,
de afecto, de tranquilidad, de ilusión y esperanzas ahora
encerradas bajo llave...
Aprovechando que está la casa tranquila, se echa en un sillón a
leer el diario más en detalle y observar aquellas postales del
pasado, lo que la lleva a desempolvar un sinfín de recuerdos y
vivencias que la arrastran, como si de un torrente agitado de vida se
tratase, a ver toda su vida desde otro punto de vista, a adormecer el
dolor y mitigar el sufrimiento que la rodea día a día, a través
del repaso por las diferentes etapas de su vida.
Al leer aquellas primeras frases se da cuenta de que en el fondo no
había cambiado mucho en estos años, pues la misma pregunta se
repite constantemente en su cabeza, aunque ahora la acecha la sombra
de esos días en los que sin saber por qué le da por mirar atrás,
y al presente, y llenarse de dudas, de preguntas, de culpa.
Esa pregunta era siempre la misma: “¿En qué momento cambié,
cuando dejé la paz, la inocencia, la tranquilidad y la
despreocupación de la niñez para ser lo que soy hoy, o lo que no
soy?” Es entonces cuando empieza a echar de menos esos días donde
su única preocupación era merendar chocolate con leche y galletas
mientras veía sus programas favoritos en la vieja televisión de la
abuela, sin otras preocupaciones que distraerse y divertirse;
aquellos tiempos donde las únicas heridas que dolían eran las
rozaduras de las rodillas, que cicatrizaban mucho más rápido que
las del corazón. Esto último se lo intentaba enseñar a su hija
María, intentando evitarle un gran dolor el día que lo descubriera
por ella misma, aunque la niña, inconsciente por la edad, hace caso
omiso a las experimentadas palabras de su madre, que sólo intenta
prepararla para que el dolor sea el menor posible.
Fátima sentía que todo había empezado cuando acabó primaria y
pasó al instituto, fue entonces cuando notaba cómo su cuerpo poco
a poco iba cambiando, a veces parecía que se iba desfigurando o que
estaba deshaciéndose como un pedazo de arcilla al sol, su forma de
vestir se le antojaba cada vez más ridícula, a veces demasiado
aniñada, otras veces temerosa de mostrar su cuerpo en continua
transformación. Su habitación también sufría esas
transformaciones, iba mudando su aspecto, su piel, al igual que ella,
como un reptil, iba dejando atrás sin apenas darse cuenta los
juguetes de peluche, los dibujos animados, los posters de sus
artistas favoritos, sus muñecas Barbie, y junto a ellos, aquellas
tardes en el parque donde se volvía loca correteando de los
columpios al tobogán, o jugando con la comba, a la rayuela,
cambiando cromos, cartas de olor, ingenuos mensajes de amor… con
aquel grupo de amigos y amigas, aquellos cuyos nombres de vez en
cuando todavía se le venían a la cabeza con una sonrisa nostálgica,
preguntándose que habría sido de ellos, la ilusión que le haría
verles, y de alguna forma volver a reunir aquel grupo con el que
había vivido mil y una aventuras en las polvorientas calles de su
ciudad, que ahora se veía gris a través de las ventanas, pero
entonces estaban llenas de color y vida.
Esto siempre le hacía pensar en lo diferentes que eran los niños de
hoy en día, empezando por sus propios hijos, incapaces de vivir si
no es a través de sus artilugios tecnológicos, prefiriendo quedarse
en casa para jugar al último video juego de moda, incluso los pocos
grupos de amigos que se reúnen están sentados en un banco sin
mirarse, enganchados a sus móviles y videojuegos... van dejando
pasar lo mejor de la vida sin disfrutar al máximo de ese periodo,
viviendo robotizados y anestesiado, como si hoy en día estuviera
prohibido reír, correr, saltar, y desplegar su energía y su alegría
en las calles y los parques, pues la infancia pasa rápidamente y
después rara vez se vuelve a disfrutar de la misma forma, ya solo
queda el leve consuelo de revivirla a través de la nostalgia de los
recuerdos que obtengas en esa etapa, con retazos de felicidad como
los que encontró Fátima en sus fotos y diarios.
Y Fátima piensa “Cuando quieres darte cuenta de esa felicidad, el
escenario cambia, has empezando a vivir otra etapa, la llamada
adolescencia, donde te sientes rara, perdida en un mar de nadie, sin
darte casi cuenta ya eres mayor para cosas de niños, aunque desees
seguir siéndolo ya no puedes, además eres también demasiado joven
para hacer cosas adultos, aunque tu cabeza te diga que si no eres una
niña es que debes haberte convertido en mujer. Quizá en el fondo
sabes en el fondo que eres una niña jugando a ser adulta, buscando
tu lugar, y queriendo huir hacia delante, pensando que así lograrás
ser más madura, pero con tantas prisas lo único que consigues es no
fijarte en el camino, no disfrutar el trayecto, sino tropezar con las
piedras del camino, y el dar una imagen de alguien que en realidad no
eres, llegar a un punto en el que ni tú misma te reconoces ni sabes
cómo has llegado adonde estás, a ese sitio frío y perdido con el
que no soñabas siendo niña.”
Esa Fátima que no era niña ni mujer cree que ver dibujos animados
ya no le debe interesar, tiene que leer esas revistas de moda que
leían sus amigas, tal vez allí encontraría la respuesta, le dirían
cómo ser mujer, cómo encontrar su camino, su rumbo, su identidad,
lo que necesitaba con tanta desesperación. Esos parques de juegos
infantiles ya no significaban lo mismo, ahora los utilizaba para
sentarte con una amiga en un banco a comer (pero sin pasarse, había
que mantener la línea, las chicas de la revista no comían dulces),
hablaban de sinsentidos, porque ya entonces se convencen de que no
serán capaces de cumplir esos sueños, Fátima es una criatura
perdida entre la niña y la mujer, ninguna de las dos le permitirá
conseguirlo. Se contaban a miles las preguntas y las dudas, sobre el
amor, el futuro, el sexo, la ropa, el espejo, ese ogro del espejo que
no la dejaba pensar con claridad.
Las conversaciones en casa son complicadas, las palabras que intentan
sanarla le saben amargas, le hacen sentirse más débil, más fea, y
siempre acababan en discusión, siempre bajo pretextos de lo más
estúpidos: un concierto, una falda, un malentendido, una palabra
inofensiva…
Pasados los años, nota como otra vez su cabeza sigue
transformándose, ya no en aspecto, sino en contenido, encuentra la
manera de pensar por sí misma, empieza a ser ella la que guía su
vida, aunque a veces se pierda y necesite ayuda, pero ya no camina
con los ojos completamente vendados, ahora la venda empieza a
transparentarse, pero también gracias a esa nueva lucidez comprende
que aquellas cosas que hacía ya no la llenan igual, entiende que se
estaba comportando como lo que era, una niñas que intenta sentirse
mayor antes de serlo, una niña que quiso acelerar el tiempo y
terminó malgastándolo.
Para cuando Fátima consigue entender el valor del aprendizaje, de
las lecciones de la vida, se quita la venda, abre los ojos y se
encuentra en su cuarto, tumbada en la cama releyendo unos viejos
diarios, acariciando unas viejas fotos. ¿Será ya tarde haberse dado
cuenta ahora de que es mejor mostrarse siempre como eres, decidir lo
que quieres hacer sin importar qué o quién antes que tú, decirse
que ya está bien de esconderse tras falsas mascaras que no llevan a
ningún camino? ¿Será ya tarde para ella?
No puede evitar emocionarse un poco recordando todo aquellos años y
etapas escritas en ese diario, ya que guardan auténticos tesoros en
forma de recuerdos sobre la persona que fue y que sigue siendo en el
fondo. Ahora que lo está releyendo se da cuenta que muy poco queda
ya de aquella chica joven que soñaba con ser escritora, vivir en una
gran casa, tener una familia unida, un trabajo donde fuera bien
valorada, una vida soñada en la que ser feliz, en la que creyó
durante años hasta que la traicionó y abandonó. Al rato siente
arrepentimiento, piensa en su familia y sabe que en el fondo, aunque
no sea exactamente lo que soñó, no los cambiaría aunque haya cosas
de ellos que no le gusten, pero cada uno aporta esa pequeña pieza de
ese extraño puzzle, aunque a veces se vean entre raros, aunque a
veces se hagan sentir mal, la hagan sentir mal consigo misma y crean
que no encajan allí, que todo está perdido por haberse desviado del
camino adecuado.
Piensa que aunque seguramente no es su vida soñada ni mucho menos,
al fin y al cabo se ha acostumbrado a ello y en el fondo se da cuenta
que si tiene mil motivos para ser feliz.
Esa noche se duerme pensando en ello y empieza a soñar con lo que
ella hubiera querido realmente, se ve viviendo en Madrid en un chalet
grande con piscina en Villaviciosa, se dedica a escribir libros con
sus sentimientos y vivencias mezclados con algo de fantasía y tiene
mucho éxito, sin carga familiares ni maridos ni hijos que aguantar,
ella sola se mantiene de sobra, y no tiene preocupaciones por el
banco, lo que quiere se lo compra sin importarla el precio, por las
noches queda con sus amigas para irse de fiesta más pijas del
momento, y donde se juntan con famosos.
Pero a las 7 de la mañana la suena el despertador y la vuelve a su
mundo real, donde vive en una casa pequeña, su trabajo no la acaba
de llenar, pero es lo unció que tiene para mantener la casa y ha
aprendido a buscarle el lado positivo y verlo como que son horas que
pasa fuera, donde se junta con compañer@s que algunas de ellas sobre
todo 2 son sus amigas y al fin y al cabo están las 3 iguales y se
apoyan la una a la otra.
Por todo esto ser mujer es un reto contante, donde la mayoría
de las veces por no decir siempre pensaras con el corazón pero
actuaras por la emoción, y vencerás por el amor, rara vez le darás
el gusto a la razón para guiarte.
Saber
vivir un millón de emociones en un solo día y trasmitirlas con la
mirada, intentar buscar la perfección en todo lo que hacemos aun
sabiendo que esto nunca existe y buscamos con ello disculpar los
errores de quienes tenemos cerca
Tener
ese sexto sentido de saber cuando algo o alguien está mal sin apenas
hablar con él, poder hablar con la mirada cuando las palabras
sobran.
Dar
alas y enseñar a vivir a pajaritos que luego no queremos que se
marchen aun sabiendo que llega un momento que es lo que ellos
quieren.
Dar
amor, cariño en pequeños detalles que nadie los percibe aunque eso
hace que a veces nos cabreemos y creemos que nadie ve nuestro
esfuerzo,
Trasformar
el dolor y sufrimiento en luz y sonrisas algo forzadas para que nadie
note que todo va mal,
Sabes
dar consuelo a quien se acerca llorando, sin importarnos como estemos
nosotras.
Es
saber reír con más fuerza y llorar sin lagrimas, intenta ocultar
todo en una pequeña frase no me pasa nada que significa pasa todo,
aprender que hablando poco se puede decir mucho.
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